domingo, 21 de julio de 2013

Hope



Como cada día a las cinco de la tarde, ella está esperando su milagro en la parada del bus. Ataviada con su vestido blanco y sus bailarinas color beige; el pelo suelto cayéndole en cascada por la espalda al descubierto, los labios rojos y las sombras suaves. Sus manos, pequeñas y temblorosas, agarran con fuerza el bolso sobre su regazo. La suave brisa de principios de otoño le revuelve el cabello y le acerca el olor de los árboles medio marchitos cuyas hojas caídas son arrastradas por el asfalto.
Un repiqueteo desigual en el suelo con la punta de los pies; qué más da, nadie lo escucha. Como nadie escucha los golpes de su corazón contra las costillas cada vez que aparece la sombra del autobús calle abajo. Pum. Pum. Pum. Pum. Frenético, su maltrecho corazón vuelve a golpear contra el pecho, luchando por salir y gritarle al mundo lo que siente. El autobús ha llegado a la parada. Ella le dirige una mirada esperanzada al conductor cuando las puertas se abren. La mirada de éste es la misma de cada día: triste y amarga mientras niega con la cabeza. Él tampoco vendrá hoy. Cuando llegan las diez de la noche, como cada día, se cuelga el bolso al hombro, se levanta y se alisa la falda del vestido antes de echar a caminar de vuelta a casa.
A pesar de las advertencias de su familia, a pesar de los intentos de sus amigos por levantarle el ánimo, ella sigue yendo a la parada del autobús. Ni siquiera ella misma sabe muy bien  por qué hace eso. Pero cada día, siente ese impulso desesperado de salir a buscar lo que nunca encontrará. Un anhelo tan profundo que es incapaz de refrenarlo.
Quizá sea el cansancio o quizá solo se distrae, pero sus pasos no la llevan de vuelta casa. Aunque es ese lugar el único al que reconoce como su verdadero hogar. Aún no se ha reparado la verja, y ella la abre sin problemas. Camina sin mucha prisa sobre el césped mojado por la lluvia. Las hileras de fría piedra a su alrededor; aquí y allí alguna estatua majestuosa. Le parece que el aire le susurraba al oído las palabras escritas sobre las lápidas grises. Nombres y apellidos que carecen de significado para ella, fechas que encierran prisioneras a las almas infinitas, una frase que será lo último que aquellas personas podrán decirle al mundo.
Ella camina impasible ante los cientos de vidas que deja atrás. No se para a pensar, como lo habría hecho si aún fuera ella misma, en las personas que allí yacen. Ya no imagina cómo pudieron haber sido sus vidas, qué clase de personas fueron o cuánta gente habría llorado su ausencia. Porque, en efecto, ella ya no es ella. Se siente más cerca de esas almas perdidas que de todas las personas de su vida. Al fin y al cabo, la mitad de su corazón está entre aquellas lápidas, enterrado junto al único hombre al que ella ha amado de verdad.
Su paseo se interrumpe finalmente frente a una lápida. Toda la vana esperanza que había puesto los últimos meses al ir a la parada del autobús, a su parada, se desvanece. Piedra fría y gris, igual que todas las demás, es lo que le queda de él. Nada la hace destacar, nada la distingue de las demás. Pero para ella, su vida está allí enterrada. La persona a la que más quería en el mundo. El ser que le entregó la llave de la felicidad. Una lágrima solitaria resbala por su rostro. Se sienta junto a su amado y llora en silencio durante unos minutos. Añora la historia que se truncó cuando apenas había empezado a florecer. Siente que el mundo se le caerá encima si tiene que vivir un día más en su ausencia.
Los minutos pasan mientras ella asimila la verdad en su interior. El pensamiento que ha rehuido durante tanto tiempo pugna por abrirse paso en su mente: Él no va a volver. Ella siente que está rota, que jamás volverá a funcionar bien y que no será capaz de levantarse de allí, de separarse de la razón de su existencia. Pero, de pronto, ocurre algo que es más fuerte que las lágrimas, más fuerte que un pensamiento triste, más fuerte incluso que la muerte. Algo en su interior se ha movido, y esta vez no es el sentimiento del corazón roto, sino un movimiento de verdad.
Con la sorpresa pintada en los ojos, deja de llorar y se queda en silencio, a la espera. Al cabo de un momento lo vuelve a sentir. Una sonrisa comienza a anidar en su rostro mientras comprende lo que está ocurriendo. Coloca las manos sobre su vientre y la vida en su interior se revuelve, orgullosa de ser escuchada. Otra patadita en su interior le hace saber que su esperanza no era del todo vana. La vida sigue incluso cuando todo parece perdido y no eres capaz de encontrarle sentido al mundo. La vida sigue incluso aunque parezca imposible.
Ella se despide del hombre que la ha hecho feliz en vida y que la ha salvado del abismo desde la muerte. Un nuevo pensamiento recorre su alma mientras se levanta y enjuga sus lágrimas. Si él ha sido capaz de hacerla tan feliz en un momento como ese, de sembrar la vida en ella, tiene que significar que no ha muerto del todo. Ahora él vivirá en ella y en su hijo para siempre. Nunca ha estado tan segura de algo, y este pensamiento en concreto hace que se estremezca de felicidad.

Con una última mirada al camposanto, atraviesa la verja y sale al mundo, dispuesta a vivir.

Alexia.

2 comentarios:

  1. Oh, Dios, Alexia, me has dejado sin palabras, es increíble el relato, me ha fascinado..
    El recuerdo siempre queda en nuestra mente y seguirá vivo...
    Se me ha puesto la piel de gallina al leerlo, madre mía, me ha gustado muchísimo :)
    ¡Un beso muy muy muuuy grande! <3

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    1. Madre mía, me alegro de que te haya gustado tanto. Es algo que se me ocurrió sin más y ni siquiera tenía pensado subirlo...
      Un beso enormeee ^^

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